La peluquería del Sr. José Manuel

Los locales "de toda la vida" no se mantienen por el arte de la casualidad

Una de las cosas que repito constantemente cuando hablo con alguien por videollamada es que ahora mi vida consiste en decir sí a todo y luego ya ver si repito o no. 1.200 kilómetros te hacen ver que si ya de base eres insignificante, en un lugar donde aún no has arraigado lazos lo eres todavía más. Es por eso mismo que cada acción completamente corriente pasa a convertirse en una pequeña aventura: porque vas a ciegas buscando tus ‘sitios’. Algo tan simple como ir a una peluquería es un gran ejemplo de ello. Aunque he de confesar que hecho de menos el ‘palique’ de la peluquería de confianza a la que suelo ir, por mil casualidades tuve el placer de conocer al Sr. José Manuel.

El contexto es sencillo y falto de carisma. Necesitaba cortarme el pelo, no conocía ningún lugar y después de hacer una ojeada rápida en Google Maps decidí probar suerte delante de la facultad. Realmente había varias por el barrio pero acabé en una barbería «de toda la vida». Un lugar de aura clásico en el que se notaba que se había invertido para ir renovándolo. En los distintos utensilios antiguos pero bien conservado expuestos a modo de decoración o las fotografías de su familia -a una altura ideal para que el peluquero pueda ojearlas mientras va cortando el pelo- se podía apreciar que en ese pequeño local de solo dos sillas había toda una vida detrás. Llegado allí no había nada ya que todavía no era ni medio día, así que el Sr. José Manuel me atendió inmediatamente.

La conversación no fluyó tanto como nos hubiera gustado por mi culpa, al fin y al cabo todavía no sé tanto portugués. Pienso muchas cosas e intento expresarlas pero me vengo abajo por no querer liarla, un buen resumen de mi vida más allá de lo comunicativo. Aun así el cariño de su tono notaba cómo intentaba hacerte sentir a gusto. Probablemente fue una de las conversaciones de novelizo en un lugar que menos me pesó tener. Fue una sensación curiosa la vivida en aquella peluquería al sentirme como Woody cuando le reparan en Toy Story 2. En poco menos de una hora ese tipo con gafas, pelo liso de color blanco -pero extremadamente bien cuidado- y encorvado sin llegar al metro setenta me metió en su bolsillo. Que no era el tanto el evidentemente pagar su trabajo por 10 euros, si no el hacerlo completamente cómodo. Saber que repetirás.

Si os cuento todo esto es porque el espacio digital también debe aspirar a esto. A veces centramos en lo muy diferente que es el ecosistema de Twitch o Twitter y nos perdemos algo tan clásico pero bonito como poder hacer de un lugar ‘nuestro espacio’. Darle el Prime o la difusión a tus creadores de contenido, streamers o comunicadores preferidos no por la obligación, si no por recompensar algo que te gusta y poder seguir disfrutando de ello muchos años más. Da igual si se trata de la nueva genialidad de Ibai Llanos o del canal humilde que hace directos sobre sudokus. La exposición al odio y la incertidumbre que comportan estos sitios es importante, por lo tanto, qué menos que traducir el disfrute en apoyo dentro de lo posible para que ‘nuestros espacios’ sigan toda una vida. O hasta que les dé la gana.

Pagarle de más al Sr. José Manuel

Puestos a no saber cómo se desarrollará la vida, imaginemos que ahora desarrollo un vínculo mucho más estrecho con el Sr. José Manuel. Que veo en él la figura de los abuelos que no pude disfrutar por distintas circunstancias. Me paso por la peluquería para ir viendo cómo le va y ofrecerle ayuda si algún día tiene que cargar con mucho peso, hasta ahí bien. Pero cuando voy a cortarme el pelo, en vez de pagarle 10 euros, le pago 20 porque sí. No aquello de darle propina del cambio, si no pagarle de más en exceso a propósito. Darle más dinero cuando luego sufro para luego tener que pedirle a mis amigos que me inviten a otra caneca de cerveza porque con lo que tengo sólo me da para una. No tendría ningún tipo de sentido.

Tal y como explicó Jen Herranz, comunicadora especializada en videojuegos, esta situación sería completamente descabellada en la vida real no es tan ajena en Twitch. Cabe destacar que el apoyo siempre se agradece, pero es tan cierto que hay una persona detrás de la figura de los streamers como que también existe detrás de la del espectador. No poder donar cinco euros -por poner una cantidad- no te hace peor o no te priva de poder seguir disfrutando del que consideras que es tu espacio. Cada uno tiene detrás sus circunstancias. Quizás un mes no es posible por una mudanza, por tener que pagar los estudios o las facturas… Y no pasa absolutamente nada (o al menos no debería). Caer en la adicción de donar a costa de ignorar tu situación socioeconómica puede la tumba que impida disfrutar de ‘tu espacio’ en un futuro.