La sociedad de los poetas – Prólogo

Muy buenas a todos, amantes de lo electrónico. Os preguntaréis qué hace una novela aquí, en este espacio. Primero, no sabía donde subirlo. En un documento compartido me parecía demasiado cutre. Y no me apetecía abrir una web nueva o un documento. Además, la idea de las novelas por fascículos siempre me ha atraído, así que he dicho «pues lo pongo aquí». Otro de los motivos por el que lo hago es que la última novela que escribí me «obligué» a subir un capítulo cada dos semanas y funcionó.

Antes de leer, un par de advertencias. La novela es de género fantasía, pero con muchos elementos políticos y filosóficos. El prólogo no es más que una introducción a un mundo complicado y a preguntas peligrosas. La intención no es que salgas de aquí con muchas respuestas. De hecho, menciona muchos elementos, nombres y demás que no vas a saber nada hasta que no lleves un tercio. Algunos. Otros, hasta el final, nada. Son criaturas nuevas que además explorarán la cultura europea de la literatura, por lo que no esperes duendes, elfos, orcos ni nada por el estilo.

Aunque ahora haya subido el prólogo, hasta dentro de un mes mínimo no empezaré a subir más. ¿Por qué? Pues porque quiero tener varios por adelantado. Para empezar, la novela estará compuesta de diez capítulos, cada uno centrado en un personaje y separado en tres partes. Quiero sea sencillo de leer, por lo que os dejaré para descargar un pdf y para ebook.

Como siempre, toda crítica es bienvenida.

Descarga el prólogo en Prólogo o en ePub.

La sociedad de los poetas – Prólogo

Una figura enorme estaba sentada en uno de los bancos desvencijados y marrones de la escuela, de cara al muro dorado, lleno de garabatos, firmas y dibujos. Algunos, representaciones de grandes luchas. Otros, encuentros amorosos. Eran, en conjunto, la expresión de la época juvenil de muchos de los que habían pasado por allí.

-Hola -saludó un niño rubio desde su lado derecho, demasiado menudo para sus doce años de edad, con un vaso de limonada en la mano. 

La figura era a la vez hombre y mujer, joven y anciano, fuerte y débil. Vestía una túnica marrón larguísima, apoyada sobre el suelo, extendiéndose varios metros como un río que desemboca en el mar. A su lado izquierdo, en pie, una vara de madera de varios metros de altura, en perfecto equilibrio.

-Mis amigos y mis profesores dicen que es mejor no acercarse a ti. Pero no pareces muy peligroso, la verdad.

Hmmm… -la figura se giró hacia el niño- Vaya… -la enorme eminencia rumió sus palabras mientras identificaba cuáles serían las correctas-: Soy peligroso, porque todo es peligroso -su voz sería la que tendrían los árboles viejos hablando en medio de una tormenta.

-No creo que este vaso de limonada sea peligroso para nadie. ¿Quieres? -cuando el niño le ofreció el vaso, su sonrisa era amplia.

La eminencia observó la mano frágil y pálida, llevando el vidrio y la bebida. Se le ocurrieron cientos de posibilidades por las que ambas constituían un peligro. Pero no dijo nada. 

-Dulce y refrescante  -respondió, aceptando la bebida con una mano gigantesca- Criatura… ¿cuál es el motivo por el que no sigues los avisos de los tuyos? Mayores y sabios, repletos de experiencia.

-Porque pareces triste.

-Ah… -la figura sopesó las palabras como si le hubieran dado un golpe.

Observó a la criatura, al crío, allí presente. Se inmiscuyó entonces en su existencia, desde su misma concepción hasta ese día, como un alma que visita un museo y encuentra algo que le sorprende y le asombra. Que le deja allí, quieto y fascinado. 

Podía hacer eso con toda criatura viva de los dos mundos existentes, incluso con aquellos que eran como él. Pero sólo recibía sensaciones, nada de imágenes vívidas. Sintió lo que él había sentido, y fue doloroso.

Sorbió del vaso y degustó impertérrito la bebida. ¿Cuánto hacía de la última vez? Ciento setenta y siete años y doscientos tres días.

-¿Te ha hecho daño un amigo? -insistió el joven.

La figura se volvió entonces extrañado hacia el niño.

-Es que siempre pasa eso. Un amigo te hace daño y estás triste -continuó.

-Imposible. No es mi cometido. Mi existencia no necesita ni percibe las relaciones desde los vínculos afectivos que vosotras, criaturas, tanto buscáis.

-Pues yo tampoco tengo y sí que mi existencia busca todas esas cosas que tú dices. Si quieres, podemos ser amigos y así los dos tenemos a alguien con quién hablar. Mi madre siempre decía que es bueno charlar con alguien. ¡A mí me gusta mucho hablar! Pero no tengo a nadie para hacerlo, la verdad.

La figura alargó la mano. Una mano enorme, tan grande como el propio niño, proyectó una sombra que ensombreció al pequeño, pero que al posarse en su hombro no era diferente de una normal. 

– «Sombra que sempre me asombras».

– ¿Eso es poesía? Aquí la estamos estudiando mucho, pero la verdad es que no tengo ni idea -el niño agachó la cabeza, triste. Estaba impaciente por hablar.

– Ah. Asombro. Quiero escuchar tus palabras sobre poesía. Tus dudas. Pues no hay mejores palabras que las del arte. Pero quiero saber, antes que nada, ¿por qué en ti, criatura, no existen vínculos de amistad con otras criaturas como tú? Llevo años intentando entenderlo, pero no existe una respuesta. Veo en ti vínculos de poder, enlaces con seres queridos. Pero, ¿dónde están los fortuitos?

-No lo sé -respondió finalmente el niño-. Supongo que no soy lo suficientemente bueno como para tener amigos. 

Eso no era cierto. La eminencia lo había visto todo, pero seguía sin entenderlo. Tras millones de años vivo seguía falto de ideas, sin conectar los puntos. Comprendió entonces el motivo por el que estaba triste, por lo que hizo algo que no había hecho nunca. Algo único. De todas las posibilidades que se le abrían, eligió esa. Una que no estaba diseñada para él. 

-No. Tus palabras muestran una creencia, un pensamiento interiorizado. Tu pensamiento interiorizado es falso. Eres una… persona… merecedora del regalo de la amistad y la compañía fortuita. Podría ser tu amigo. Si dentro de todas tus posibilidades querrías que así fuera.

-Creo que te he entendido -respondió el niño, luego volvió a sonreír-. Creo que sí, claro, podemos ser amigos. Me llamo Milko.

¿Cuál era su nombre? La figura se detuvo. Una voz discutió con otra buscando una respuesta. De entre todas las posibilidades, ¿cómo le llamaban allí, en Amaurota, a su presencia? Era un nombre amargo. Un nombre que indicaba control y silencio.

-Me conocéis como Hestía. 

-Un placer. ¿Qué tal la limonada?

-Amarga a la par que dulce. Esta receta lleva buena cantidad de agua y dos cítricos, limón y lima, donde el primero es claramente más abundante que el segundo. 

-¿Pero te ha gustado? -preguntó Milko tras un breve silencio incómodo.

Lento, como un árbol, como el tiempo cuando miras sus manecillas, respondió:

-Sí.

-Me alegro. Está genial compartir.

Hestía sabía que eso era cierto. Allí, en la sociedad del Duat, compartir era de lo más importante.

-Sigo sin entender -meditó Hestía-, ¿podrías contarme qué te ha pasado en la vida? Quizás así pueda entender tu condición.

Milko se sentó en el banco, murmurando algo.

-Mi madre me dice que lo que nos pasa es… la vida sin más. Si en la Tierra hubiera gente tan amable como la que hay aquí, pues sería diferente. Simplemente eso. La vida, con sus cosas.

Todo eso era algo que Hestía no procesaba. ¿La vida era así sin más? ¿La Tierra era así sin más? La había visto crecer y sucederse. La había visto cambiando, mejorando, cada vez más cercana a un sentimiento dulce, de una humanidad comprensiva. Pero desde hacía más de un siglo la Tierra se había… estancado. 

-¿Por qué los hijos e hijas del Duat no pueden hacer nada en La Tierra? -preguntó Milko, como si le estuviera leyendo los pensamientos-. Cuando he estado allí hay como un… bloqueo… y apenas puedo hacer nada. Es triste, me gustaría hacer cosas. Cosas para la gente buena.

-He de informarte que soy el culpable.

-¿Tú? ¡Anda! ¿Por qué?

-Ah… ¿Te han hablado de nosotros? ¿De aquellos que tenemos muchos nombres?

Milko se rascó la cabeza, pensando.

-No, la verdad es que no.

-Entiendo. Comprendo. En esta tierra -con un movimiento abrió la mano y soltó un puñado de arena dorada, volando como una nube hacia el cielo-, el Duat, existimos “aquellos que tenemos muchos nombres”. Somos seres complejos, de millones de años, con un cometido. 

La arena se agrupó delante de ellos y se quedó fija, firme, formando una imagen semejante a la Tierra. El globo se expandió y giró poco a poco hasta casi rozarles la cara. Milko veía las pequeñas ciudades repartidas en puntos opuestos donde estarían en su planeta natal, con el resto lleno de vegetación y monstruos. Pero también aparecieron una criaturas humanoides que sólo desde aquella imagen creada emanaban poder.

-Existe, por ejemplo, aquella que llamáis Babel -continuó Hestía-, cuya existencia otorga a los hijos del Duat la capacidad de hablar y entender todos los idiomas. Babel es una aquella dulce, divertida, que juega con las palabras, las mezcla y siempre está de chanzas e historias. Quiere que disfrutéis de vosotros sin importar la procedencia. 

>>Luego está Naturaleza, que protege la flora de Duat con amor de las criaturas de Pesadilla. Es una aquella de ambos sexos que anda desnuda besando y lamiendo, revoloteando con insectos comunes. Somos más, muchos más, cada uno de nosotros afecta en algo a este mundo, le otorga algo. Luego, estoy aquello que represento. 

>>Mi cometido es detener los poderes de los hijos del Duat para que no afecten en el transcurso histórico de la Tierra. Pues si uno no aprende por su propio camino, creerá eternamente que todo lo que tiene jamás ha costado nada. Los hijos del Duat y su progenie llegaron a la conclusión definitiva y viven en paz desde hace más de cien años. Es lo que aquí recibe el nombre de «La sociedad de los poetas». Así será en la Tierra.

-Hestía -pronunció Milko. La eminencia le devolvió la mirada- No entiendo nada.

-Oh… -entonces Hestía tomó otra decisión, otra que no debió haber tomado. Lo supo, y supo lo peligroso que eso era tanto para su existencia como para los dos mundos- Si a ti, criatura, te parece bien, llegaremos a un acuerdo. Tú expeditarás un mensaje para que los puentes de mi entendimiento comprendan las acciones de la humanidad, y yo haré lo propio, en sentido contrario, para que tú entiendas mi cometido. 

-Me estás diciendo que te cuente por qué los humanos son así.

-Sí.

-No sé si lo sé, pero te lo puedo intentar contar.

-Entonces, tenemos un acuerdo.

-Pero quiero que seamos amigos.

-Ah -¿qué diría un amigo a otro en esta ocasión?-. No te fallaré.

Milko sonrió y una sensación pesada y de desazón recorrió el cuerpo de Hestía. La vara, a su lado izquierdo, tembló.

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