Sin ilusión no somos nada

Que unos Worlds no generen mariposas en el estómago es una señal de que algo malo está pasando

Lo noto en cada conversación que tengo con mis amigos de la universidad cuando sale a relucir el periodismo: algo no va bien. La alegría de vivir sus éxitos y cómo empiezan a sobrevivir en un mar lleno de tiburones contrasta con mi mirada cabizbaja. No sin dejar de escucharles atentamente me pierdo. Comienzo a observar fijamente la taza de café vacía, la mediana de Estrella Galicia a medias o el humo que sale del cenicero. La ilusión está por los suelos y noto que algo falla sin ni siquiera estar mal emocionalmente, algo que quizá agrava más la situación.

Porque en el peor de los estados emocionales es más fácil señalar ‘algo’. Pero cuando no es el caso la falta de ilusión se hace irremediable. Qué es eso de ser joven y sentirte más identificado con el descontento de periodistas como Antoni Daimiel que no con la ambición de aportar tu grano de arena. Las horas pesan y los sitios -o aspectos- donde la ilusión no está presentes se convierten en expediciones para encontrar el alma de las piedras. La luz que representa poder hacer formación especializada o anteriormente ausente aparece como si fuera La Última Esperanza de Star Wars: la salvación de toda una metida en tu cerebro depende de ese Jedi.

La cabeza alberga varias galaxias, pero con la mano en el corazón, probablemente a nadie le alberga que alguna de ellas caiga en el Lado Oscuro. Todo eso hace ver que, por mucha intoxicación de buenismo mal que existe por el medio, la ilusión es un motor imprescindible. Muchas de las horas de más y sacrificios que realizamos a lo largo de nuestra vida no se entienden sin ella. Dedicar más horas al texto que quieres perfeccionar, la pintura con la que quieres deslumbrar, hacer quilómetros con tal de ver a alguien, sacar una sonrisa a tu alrededor a pesar de haber tenido un día de mierda… Situaciones hay por doquier.

Los Worlds son una de las etapas que mejor definen la importancia de la ilusión. Ver quién en Europa intenta quedarse toda la noche despierto o quien pasa directamente al diferido cuando más prefiera refleja la situación. Teniendo en cuenta que contextos hay tantos como personas existen, para algunos integrantes del segundo grupo el Mundial pasa a ser un lunes de mal gusto. Te ves obligado a afrontarlo para saciar la adicción pero las ganas han desaparecido.

Con el paso del tiempo, la atención y la ilusión por unos Worlds revela que algo está fallando. Es un síntoma de que algo hay que cambiar sin necesariamente tener que estar hundido. En el momento es difícil, pero quizás indica un hábito de rutina, de tipo de consumo, un error a la hora de señalar dónde se encuentra la falta de estímulos o directamente un final de ciclo. No hace falta entrar en fatalismos, pero sí encontrar la respuesta. O quizá aferrarse a las últimas esperanzas que puede suponer ver a tus regiones, equipos o jugadores favoritos y esperar con ansia el desenlace. Ver si finalmente Luke Skywalker consigue que su padre la profecía o si finalmente se queda en un Boulevard de sueños rotos.