No me apetece opinar sobre esports

Decirse a uno mismo "voy a parar" es más complicado de lo que a priori parece

Esta semana no me apetece dar mi opinión sobre algo relacionado con los esports y por falta de temas no es. En League of Legends hemos vuelto a tener el famoso debate del nivel de occidente contra el de oriente o cómo afectaría que un personaje no estuviera en una región mientras que en el resto sí. Fuera de una pantalla la salud mental ha vuelto a estar en primera línea gracias a la decisión de Simon Biles en medio de los Juegos Olímpicos. También se podría hablar de Novak Djokovic y su reprochable «feo» a su compañera Nina Stojanovic. Pero la realidad es que he querido pausar la partida de mi vida, o al menos intentarlo con la laboral.

Ignatius Farray dice en Vive como un mendigo, baila como un rey que «Un buen cómico debe proceder como un buen Macbeth: dejar el camino lleno de cadáveres para luego arrepentirse al mirar sus manos llenas de sangre y, a manos de otros hombres y mujeres, morir ejecutado como un monstruo lleno de arrepentimiento y sabiduría«. Pensándolo bien con la opinión -que no aquello de ser «políticamente incorrecto», ojo- podríamos decir lo mismo. Con un juicio de valor afectamos a algo a alguien en mayor o menor medida. Además, el nexo en común que une a la comedia y a la expresión de las convicciones es el riesgo de la exposición. Y para rematar en muchas opiniones vale más el quién lo hace que no la calidad de la actuación o la argumentación.

Sin embargo, la gran diferencia es que mientras normalmente pagamos por ver en directo stand-up comedy –o buscamos intencionadamente una buena sesión en redes-, con la opinión resulta que muchas veces nadie nos la pide. El problema no es tener una visión crítica, la cosa está en no ser un puto pesado. Yo todavía tengo una «excusa» con estas columnas «sobre esports», pero ni con esas me libro de sentir una carga. Por eso admiro en cierta parte a la gente que emite constantemente su juicio de valor: son unas verdaderas máquinas de la constancia. Precisamente es por el peso mencionado por el que a veces me fuerzo a «parar», un ejercicio que me cuesta horrores.

El gesto de darle al botón de pausa al videojuego llamado «la vida» es sencillo, pero mantener la mente en blanco en ese lapso de tiempo en el que el cronómetro «no avanza» es difícil. Uno de los problemas de los esports -y de todo en general- es que no sabemos detenernos. Muchas veces por no querer sentir la sensación de quedarnos atrás. Quizás es por eso, la verdad es que no lo sé porque lo único que tengo claro es que me da vértigo. El sector avanza a una velocidad que, sumada a su volatilidad, genera mucho respeto. No obstante, ha llegado el punto en el que lo he perdido. El que quiera adelantar que lo haga, le respeto. Yo prefiero ir a una marcha más lenta pero constante en el proceso llamado «no sentirme mal conmigo mismo».